miércoles, 16 de septiembre de 2020

Flores desnudas

Me pregunto, a veces,
a qué sitio vuelan mis lamentos
cuando no sabes si quererme,
allí donde la sombra de lo que fue
sopla en ráfaga como huracanada,
descubriendo vergüenzas,
arrancando flores,
levantando faldas.

Me pregunto, a veces,
quién es la dueña de esos ojos
que miran más allá de los míos,
que me traspasan y huyen lejos,
temerosos del viento pertinaz,
de los días de mar cristalino,
de los ecos que se clavan con quietud
como puñales en la carne.

Me pregunto, a veces,
de quién es este desespero,
y la niebla en el sentir,
y el desgarro en los adentros,
y la voz grave que grita
que es tu amor frágil,
y mi corazón, flor desnuda,
como diente de león que se deshace. 

Sopla por L. Domenech

Esperando el regreso de lo que nunca tuve.

domingo, 13 de septiembre de 2020

Mithos

Ungido en limos del Tártaro,
fui consumido por las titánides
con la voracidad de los mundos,
mientras los lamentos de Caronte
nutrieron mis restos inermes
hasta el Quinto Círculo dantesco
y allí,
a la deriva en la laguna Estigia,
resurgí cual pájaro en llamas,
sacando la cabeza en desesperado braceo,
insuflando aire en mis pulmones marchitos
para así trepar por la montaña decadente
de cuerpos y almas caídas en desgracia.

¿Quién me ofrecerá su mano?,
si es mi madre la Loba primigenia y
mi padre el viento del Norte,
¿qué se puede esperar de mí?
Perseguir, acechar y correr,
y correr, y correr,
siempre hambriento, famélico,
ni sangre ni fuego me podrán saciar,
ya no.

Me crucé con la despojada Helena,
y vi a Leda bañarse en el río,
soñé con la cacería salvaje,
¡Oh, indomable Diana!
Y me rompió el corazón
el recuerdo de Perséfone,
reina de mis pasiones.

Me asiré a las agallas del Leviatán,
sierpe terrible,
y emprenderé así la vuelta a Hel, 
cerrando el círculo en busca de Sigrún,
llévame de la mano por tus sendas,
concédeme descanso regado en hidromiel.


Todo esto un martes. Por la tarde. 

16:10 (IV)

viernes, 4 de septiembre de 2020

Laberinto

aflojaron los tornillos
Soy carne.
y con ellos la presión,
Por la que sólo pasa el humo.
en los adentros correteas,
Saco ambos brazos.
movimiento,
Abro mi cabeza en dos.
exudación,
Escapo por las costuras.
ya reptas sobre la piel,
Me cuelo por los poros.
te observo con gran temor,
Translúcido, etéreo.
¿quién te dejó salir?
Me busco.
no lo hagas, no te acerques,
Un brazo por la garganta.
tu tacto me abrasa,
Los ojos hacia dentro.
eres las cicatrices
¿Soy yo ese cuerpo?
y el profundo lago,
No, yo soy el mar.
¿qué buscas?
Puedes morir en mí.
ni tú lo sabes,
Aunque esté calmado.
dando vueltas en círculo,
¿Es ella ese cuerpo?
¡necio invidente!
Reflejo monstruoso.
ciego de deseo,
Vuelve a mí.
¡vuelve!
Salto al agua.
Salto al agua.
Ojos abiertos en penumbra,
con la boca seca y jadeante,
a tientas con las manos,
con los dedos,
te busco, creo.


Estados alterados de consciencia.

16:10 (III)

lunes, 31 de agosto de 2020

Rito


Vámonos lejos,
huyamos ahora de amores gastados,
pintemos nuestros fríos cuerpos
con las cenizas que aún nos queman,
que el cielo hoy se inflama
por los fuegos del ayer.

Atardecer por L. Domenech



Ignífero ritual.

miércoles, 26 de agosto de 2020

Mercadillo medieval

¡Atiendan vuesas mercedes!

Coloquen a un lado su manto,
oigan a este juglar entre tanto,
pues aquesta historia que canto,
habla de tres momentos de espanto,
y no crean que fue por mucho,
librarme del segador con capucha,
si por pocas no la espicho
siendo todavía un muchacho.

Al primer momento me remonto,
¡voto a bríos!, que no os miento,
caminaba por vereda y monte,
paso firme y bien atento,
empinado balate fue el destino
y cubierto de hojas el estrecho camino,
fui a errar la pisada con tan poco tino
que bastó un leve instante,
y todo yo, posaderas por delante,
despeñóme sin duda siquiera
y por muerto, os juro, allí me diera 
de no ser por el firme asidero
que en mi brazo el de atrás tuviera,
¡no lo cuento!, ¡no lo canto!
y así fue, que por vez primera,
me topé con la calavera,

Avancemos pues, si gustáis,
a la edad de mis dieciséis,
inventando yo y mi compinche
bandoleros de faca al cincho,
de orgullo, conste, no me hincho,
mas tampoco cogeré un berrinche,
íbamos pues, piratas sin bandera
en vehículo de motor a dos ruedas,
con rumbo fijo a la gasolinera,
y es entonces cuando ocurre,
que apenas la manguera agarro
encima del depósito, de la boca, al compadre
se le escurre, encendido, el cigarro,
imaginen ustedes mi cara,
toda mi vida en color proyectada,
en los instantes que el pitillo volara
y tocara en el borde para dar en la calzada,
fue la nuestra una suerte profunda 
¡no lo cuento!, ¡no lo canto!
y así fue, que por vez segunda,
me libré de una muerte rotunda.

En el último relato que hoy les despacho
contaba yo ya con dieciocho,
platicando iba el tío en alegre compaña,
si no lo saben, les digo, el peligro que entraña,
cruzar la calleja distraído en maraña,
con la testa torcida no escuché el eco
ni vi al autobús y en el paso me obceco
agarróme mi amigo parándome en seco,
os digo, señores, por pocas defeco,
¡no lo cuento!, ¡no lo canto!
Después de esto, espero, no les quede hueco,
para más historias donde casi me quedo muñeco.


Las monedas al lado del laúd,
si es menester.

P.D. Poco se habla de lo mal pagada que está la juglaría.

16:10 (II)

jueves, 20 de agosto de 2020

Desde la platea

Recuerdo no prestarte mucha atención cuando te vi por primera vez, como cualquier encuentro fugaz entre dos personas que pertenecen a mundos que no se tocan; encuentro del que, por otra parte, estoy bastante seguro, no conservas memoria alguna. La impronta que dejaste en mí fue la de muchacha más bien antipática -no te voy a engañar-, aunque he de admitir que bajo tus enérgicas maneras se adivinaba cierto atractivo, como de fuerza de la naturaleza, indómita, cambiante.
¿Cuánto tiempo pasó hasta que volvimos a vernos? No sabría decirlo con exactitud, aunque sí puedo señalar sin margen de error la primera vez que hablamos con cierto sentido de intimidad. Fue cuando llegó mi tormenta personal dejándome varado en una isla sin nombre y fuera del mundo, entonces viniste en mi busca a hablarme de tu naufragio, de tus miedos y tus anhelos. Que tuvieras la intuición de poder encontrar un recipiente adecuado en mí cuando apenas habíamos intercambiado algunas palabras de cortesía nunca dejará de sorprenderme.
A partir de ese día fuimos espuma efervescente contenida en un habitáculo cerrado, cubriendo todos los huecos del alma, sedientos de la compañía que sólo nosotros podíamos darnos, dañados como estábamos e incapaces de articularnos fuera de ese espacio tan nuestro que nos daba cobijo.
Hay tantas cosas que nunca te he dicho... Fueron tiempos en los que mi vida rápidamente pasó a orbitar en torno a ti, como absorbido por un trágico sentido de fascinación; hablaba a todas horas contigo, mis únicos planes eran para verte, para compartir un rato de música, de conversación filosófica existencialista o para sentarnos a la mesa en un almuerzo sencillo en casa.
Siempre mantuvimos un estricto y casi anómalo respeto físico hacia el otro, sabiéndonos mutilados emocionalmente, habiendo perdido la capacidad de amar me bebía yo las horas contigo como un lento y dulce veneno y te observaba desde la admiración tras el cristal de mi desapego hacia el mundo: atesoraba todas las palabras que brotaban de ese ingenioso y afilado intelecto, degustaba tus gestos nerviosos, tu mirada intensa tras escucharme decir algo que en aquel momento me parecía de tremenda trascendencia, incluso me sonreía por dentro cuando torcías la boca un segundo antes de postular alguna interesante teoría acerca de la gente como nosotros y el resto de la humanidad. Y entonces me detenía en la contemplación de tus labios un instante más, cuando el lenguaje verbal no nos llegaba y se instalaba un confortable silencio en la sala, entonces era consciente, observándome desde fuera, del escenario que habíamos construido para nuestras interacciones. Alguna vez, inmerso en uno de esos momentos llegué a preguntarme, divertido, qué gritos ahogados de sorpresa hubiera arrancado de la platea si al correr el telón, en lugar de mirar como un bobo la delicada armonía de tus facciones, te hubiera mordido los labios; a veces tenía esos impulsos de destrucción, ya sabes, de romper con lo que se esperaba de la escena, llevándome por delante el decorado preparado con meticulosa atención, con su atrezo y todo. Por supuesto nunca lo hice ni fui tan ingenuo como para darle importancia a esos -necesarios para mí- momentos de ensoñación en los que cerraba los ojos y me pensaba profundamente enamorado de ti, o esos otros días, por lo general soleados y llenos de alegría en los que frecuentemente reías con ganas y me parecía que eras tú la que me quería con toda el alma.
Era una relación la nuestra de constante medición de niveles, de repaso de papeles: «tú y yo somos esto y no cualquier otra cosa». Quizás nos teníamos un miedo atroz, en el fondo, aunque nos necesitásemos durante tan largo tiempo para lamernos las heridas y poder volver a volar libres. Nos comportábamos como verdaderos -y respetuosos- amigos, aunque nunca lo fuimos en realidad; éramos, en esencia, dos soledades hondas y rotas como surcos en la tierra que se sentían terriblemente bien en la soledad del otro: comprendidos, arropados y a salvo del aterrador exterior en una simbiótica sintonía demasiado sanadora para negarse a vivirla.
Lo que pronto fue claro para ambos es que, con el fin de hacernos esa compañía, tarde o temprano tendríamos que pagar el precio: dejarnos morir por envenenamiento o asesinarnos con apasionada crudeza. Así se nos iban las semanas, exprimiéndonos contra la funesta profecía. Y cuando finalmente llegó el momento, no hubo indulto alguno y en silencio me maté contigo con una comicidad apenas teatral. No negaré que anduve algún tiempo después perdido en mi isla sin nombre, atravesado por un duelo cuyo rostro desconocía ya que no estaba seguro de qué -o cuánto- era lo que había perdido que dolía con tanta intensidad.
Todo eso pasó, claro, los años lo acabaron enterrando como tienden a hacer con todo, dejándonos el recuerdo amortiguado de un tiempo lejano en el que fuimos. Aún en el momento presente tengo problemas para definirte, y es que sé -conozco, veo- que eres y que nuestras soledades siguen todavía vibrando a la misma frecuencia, como un reconocimiento silencioso del papel que sabemos cumplir para el otro.

Hoy andaba pensando, fíjate. en aquel primer encuentro vestida con tu sudadera gris -en el que, insisto, apenas te presté atención-, y tal vez, un buen día, en mitad de un impulso arrebatador de destrucción, te pierda el respeto y, entre lámparas rotas y alguna silla volcada, te muerda los labios. Por ver si aplaude alguien.


El crimen pasional también me valdría,
llegado el caso.
16:10 (I)
 

domingo, 16 de agosto de 2020

encierro

...en tiempos de aciago hastío

eres mi calamidad,

el desgarro de un quejío,

llanto de la tierra gitana,

quebranto de mi voluntad.


Lo que sentí hoy ardía,

herido de mortal estocada

sangraba el alma mía

versos de dolor carmesí

sobre el recuerdo de tu mirada.



"ella no es tuya,

al menos de esta forma sin pausa."

Morpho azul

Ella no podría quedarse,
aunque lo deseara de veras 
-y no lo dudo-. 
Era como ese pajarillo inquieto 
de rápido aleteo que, 
con pequeños brincos en el alféizar
te saluda el día y, 
habiendo colmado tu ser 
de un gozo genuino y natural, 
se marcha a otros lares, 
migrando siempre a otras tierras 
en las estaciones frías, siempre.

Los hilos de la vida tejían
su vuelta en primavera, 
con los colores radiantes del aliento 
estallando a su paso;
y a mí su aparición 
se me antojaba como de mariposa azul, 
monarca por necesidad,
llegando a reclamar su trono
de flores y bellas dádivas.

Ella no podría quedarse,
no sin perder el don del vuelo,
y yo lo sabía bien;
lo que compartimos
sumando solsticios 
nos soñaba con tonos de atardecer
y banda sonora original,
ya trepidante,
ya profundamente emotiva,
pintando escenas de promesa:
«Nadie como tú.»

Quizás 
nos volvamos a encontrar
cuando deje de pensarte,
y esta vez se nos olvide
esa fea costumbre nuestra
de almorzar las sobras,
de no sorbernos la vida.

Apoyado en la ventana,
con los ojos en el cielo
esperando tu regreso,
que yo aún tiemblo si te miro,
aunque ya sea sólo en sueños.



...no se pueden tocar
las alas de una mariposa.

miércoles, 12 de agosto de 2020

Parte II

... y sin embargo,

te dejé marchar, amor,

con mis manos, 

con mi cabeza

-no con el alma-, 

te dejé marchar.



La historia de mi vida.

Baile de máscaras

Afanado como siempre
en la torpe impostura:
que pertenezco contigo,
a tu lado, en tus aires,
te digo.
Que tus alas me mueven,
que soy donde tus ojos, y
más allá los trinos duelen,
las nubes altaneras,
me hablan en soledad 
del lobo-hombre de frontera,
enormísimo misterio
que reside en ese lugar,
en el que tú nunca estás.
Audaz, también te digo
que fuera de ti
no existen mis huellas,
que el aire me sabe a pena,
y que lejos existe una estrella
a la que un día llamamos hogar.


Por algún lado había que empezar.


jueves, 13 de febrero de 2020

Oniria

¿Te acuerdas? Bien podría haber sido ayer. Fue un verano atípico, la llovizna nos concedía frescas treguas durante el día y las noches se llenaban de luminosas tormentas eléctricas.
Aquella tarde empezaba a marcharse, había dejado de llover hacía muy poco y la temperatura era agradable. Aún hoy me acompaña la imagen con la que apareciste ante mí en aquel jardín: con la cara lavada y el pelo todavía húmedo peinado hacia atrás, llevabas ese vaporoso vestido blanco que apenas cubría tus rodillas y que tanto te gustaba. Y esos ojos. Nunca encontré las palabras adecuadas para describirlos, tu mirada era algo fuera de las ataduras del tiempo, un ente anclado a la existencia misma, antiguo y místico como las estatuíllas sirias, como los árboles que desde el comienzo llevan bebiendo de la misma lluvia que te había mojado el pelo, como el último haz de luz antes del fin de las cosas. Todo a la vez.
Yo por aquel entonces ya sabía que no estabas pasando tu mejor momento, el mundo siempre te resultó un lugar apenas soportable, e incluso así mantenías ese semblante lleno de paz. Hoy diré que conformabas una visión hermosa, tanto que me rompía el corazón la simple idea de que te movieras para acercarte o que yo perturbara el gesto de tu rostro diciendo alguna tontería fuera de lugar, como era habitual.
Nos pasaron las horas perdidos en el otro, con los labios en las manos y la piel en Braille. Y esos ojos de mar profundo, pacientes y sabedores de signos. 

Esos ojos tuyos.

¿Te acuerdas de aquel amor? Bien podría haber sido en esta vida.


 Lunáticos aullando al unísono.