domingo, 13 de septiembre de 2020

Mithos

Ungido en limos del Tártaro,
fui consumido por las titánides
con la voracidad de los mundos,
mientras los lamentos de Caronte
nutrieron mis restos inermes
hasta el Quinto Círculo dantesco
y allí,
a la deriva en la laguna Estigia,
resurgí cual pájaro en llamas,
sacando la cabeza en desesperado braceo,
insuflando aire en mis pulmones marchitos
para así trepar por la montaña decadente
de cuerpos y almas caídas en desgracia.

¿Quién me ofrecerá su mano?,
si es mi madre la Loba primigenia y
mi padre el viento del Norte,
¿qué se puede esperar de mí?
Perseguir, acechar y correr,
y correr, y correr,
siempre hambriento, famélico,
ni sangre ni fuego me podrán saciar,
ya no.

Me crucé con la despojada Helena,
y vi a Leda bañarse en el río,
soñé con la cacería salvaje,
¡Oh, indomable Diana!
Y me rompió el corazón
el recuerdo de Perséfone,
reina de mis pasiones.

Me asiré a las agallas del Leviatán,
sierpe terrible,
y emprenderé así la vuelta a Hel, 
cerrando el círculo en busca de Sigrún,
llévame de la mano por tus sendas,
concédeme descanso regado en hidromiel.


Todo esto un martes. Por la tarde. 

16:10 (IV)

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