domingo, 7 de marzo de 2010

Viajes en Tren


Hay veces que la vida se transfigura en una estación, una estación donde encuentras viejos trenes que se marchan sin ti, también arriban vagones nuevos que prometen sorpresas y experiencias inolvidables e incluso algún que otro recuerdo oscuro que vaga fantasmagórico de andén en andén.
Cuando la vida es una estación, siempre hay gente que se marcha, personas que llegan y transeúntes que caminan erráticamente buscando un tren que nunca aparece debido a un retraso al parecer interminable.
Lo curioso de esta especie de estado vital es que nunca llego ni me voy, simplemente espero a los pasajeros de trenes entrantes, me despido de aquellos que se marchan a otro lugar con la esperanza de colmarse de nuevos conocimientos y costumbres; ignoro a los que se van sin avisar y lloro por aquellos que nunca más van a regresar.
En la estación espero y espero con una maleta repleta de mis pensamientos, espero el momento exacto para ser yo el que se aleje y así acercarme a otra estación, que siendo la misma es otra totalmente distinta. Es diferente porque cuando me bajo del vagón no espero, no miro a nadie, no hablo, no pienso; sencillamente arrastro mi equipaje, salgo de la estación y comienzo una vez más como si nada hubiera sucedido, todo sigue igual aunque el tiempo no se ha parado y me envuelve la sensación de haber desaparecido del mundo un instante eterno para más tarde volver a la rutina de siempre. En definitiva, volver a mi verdadero mundo, mi cotidianidad. Todo se asienta poco a poco y vuelven esos rituales que creía imprescindibles para vivir, esas pequeñas cosas que repito día tras día casi de manera instintiva y es entonces cuando recuerdo el paisaje en movimiento y el agradable traquetear del tren en marcha, es entonces cuando hago memoria y todos los recuerdos parecen estar a años luz como si nunca me hubiera movido de la estación anterior.
Así pues, parece que la vida es una sucesión de estaciones: unas abarrotadas, otras vacías y oscuras, algunas cálidas a la vez que efímeras e incluso hay estaciones nubladas y repletas de charcos de olvido. Estaciones donde pierdo trenes por miedo al lugar de destino o simplemente los dejo marchar por cobardía; estaciones en las que se esfuman vagones entre vapor y humo negro llevándose consigo recuerdos irremplazables de compañeros que ya no son más que pasajeros de ida, trenes que se alejan raudos dejando en el andén dudas y remordimientos. Estaciones de lágrimas nostálgicas por la despedida de un ferrocarril que debía marcharse sin saber bien porqué.
Una única estación en cambio constante. Pasajeros, maquinistas, equipajes…todos cambiantes; quizás sea yo lo único que permanece inmutable.




El Náufrago


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