sábado, 24 de abril de 2010

De buena mañana

Ahí estaba, mirando a través de la ventana un paisaje que languidecía hasta donde mis ojos podían alcanzar. No podría decirse que este día tuviera visos de ser especial. Me picaban los ojos y el silencio reinaba la estancia. Afuera parecía como si algún director de orquesta irritado hubiera puesto en marcha una especie de ballet nervioso y acelerado. Coches por aquí, algún claxon por allá. Gente con propósitos. Nadie andaba hoy en día por la calle sin un sitio al que ir, sin prisa, sin pasos rápidos y respiración agitada. Todo eso quedaba lejos de mí por ahora, un doble cristal aislante me separaba del espectáculo musical de hoy, con luces y atrezo. Una delicia.

De algún modo, después de un minuto observando aquella vista, mi humanidad tomó contacto conmigo acariciándome las mejillas. Salada. Esperanzadora. Devastadoramente clara.
-Curiosa forma de recibir el día -en momentos así, tenía la costumbre de pensar en voz alta-. No sabía a qué dios adoraba, ni sabía a quién agradecer, o no, el hecho de haberme colocado aquí sin tener el decoro de preguntarme antes. Se me exigía plena responsabilidad por mis actos -¡mis actos!-, se me exigía vivir con estas reglas. Bien jugado, quienquiera que seas.
Seamos claros, no me estaba quejando de mi vida; se trataba de algo más elemental que eso: estaba solo. En ese momento único en el que ves lo que eres, tu papel real en esto, estás solo.
Se trataba de una sensación primitiva, abrumadora. Ser un individuo aislado y ser el universo, todo a la vez. Lo más cercano a vislumbrar la Verdad que pende sobre cada uno. Místico.
Seguía derramándome. Salado. Todo y nada. Claro, muy claro.
¿Por qué hablaba con mi naturaleza tan poco a menudo? Me volvería -más- loco, supongo, de hacer lo contrario.

Lo que me trajo de vuelta, y lo último que sentí antes de bajar las escaleras y unirme al show urbano, es que había partes de mí que sabían echarte de menos... antes de conocerte. Pero esto te lo explicaré en otra ocasión.

Curiosa forma de recibir el día, por cierto.

No hay nada como el olor a primavera por la mañana. Y así estamos...
Diario de un viajante en busca de rumbo, parte III.

2 comentarios:

El Náufrago dijo...

Amigo mío,
no podría expresarse de otra manera esta simbiosis que sin darnos cuenta nos atrapa y nos une en ese universo de soledad acompañada.
No es la primera vez que uno piensa en algo y es el otro el que lo convierte en prosa o verso.
Esa sensación primitiva, abrumadora, bien la conocemos.

Un abrazo desde la isla,
El Náufrago...

My dijo...

también hay
una parte de mi
que siempre te echa de menos.

vuelve algún día viajante.
detén tu expreso en mi estrella polar.