Ella no podría quedarse,
aunque lo deseara de veras
-y no lo dudo-.
Era como ese pajarillo inquieto
de rápido aleteo que,
con pequeños brincos en el alféizar
te saluda el día y,
habiendo colmado tu ser
de un gozo genuino y natural,
se marcha a otros lares,
migrando siempre a otras tierras
en las estaciones frías, siempre.
Los hilos de la vida tejían
su vuelta en primavera,
con los colores radiantes del aliento
estallando a su paso;
y a mí su aparición
se me antojaba como de mariposa azul,
monarca por necesidad,
llegando a reclamar su trono
de flores y bellas dádivas.
Ella no podría quedarse,
no sin perder el don del vuelo,
y yo lo sabía bien;
lo que compartimos
sumando solsticios
nos soñaba con tonos de atardecer
y banda sonora original,
ya trepidante,
ya profundamente emotiva,
pintando escenas de promesa:
«Nadie como tú.»
Quizás
nos volvamos a encontrar
cuando deje de pensarte,
y esta vez se nos olvide
esa fea costumbre nuestra
de almorzar las sobras,
de no sorbernos la vida.
Apoyado en la ventana,
con los ojos en el cielo
esperando tu regreso,
que yo aún tiemblo si te miro,
aunque ya sea sólo en sueños.
...no se pueden tocar
las alas de una mariposa.
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