jueves, 13 de febrero de 2020

Oniria

¿Te acuerdas? Bien podría haber sido ayer. Fue un verano atípico, la llovizna nos concedía frescas treguas durante el día y las noches se llenaban de luminosas tormentas eléctricas.
Aquella tarde empezaba a marcharse, había dejado de llover hacía muy poco y la temperatura era agradable. Aún hoy me acompaña la imagen con la que apareciste ante mí en aquel jardín: con la cara lavada y el pelo todavía húmedo peinado hacia atrás, llevabas ese vaporoso vestido blanco que apenas cubría tus rodillas y que tanto te gustaba. Y esos ojos. Nunca encontré las palabras adecuadas para describirlos, tu mirada era algo fuera de las ataduras del tiempo, un ente anclado a la existencia misma, antiguo y místico como las estatuíllas sirias, como los árboles que desde el comienzo llevan bebiendo de la misma lluvia que te había mojado el pelo, como el último haz de luz antes del fin de las cosas. Todo a la vez.
Yo por aquel entonces ya sabía que no estabas pasando tu mejor momento, el mundo siempre te resultó un lugar apenas soportable, e incluso así mantenías ese semblante lleno de paz. Hoy diré que conformabas una visión hermosa, tanto que me rompía el corazón la simple idea de que te movieras para acercarte o que yo perturbara el gesto de tu rostro diciendo alguna tontería fuera de lugar, como era habitual.
Nos pasaron las horas perdidos en el otro, con los labios en las manos y la piel en Braille. Y esos ojos de mar profundo, pacientes y sabedores de signos. 

Esos ojos tuyos.

¿Te acuerdas de aquel amor? Bien podría haber sido en esta vida.


 Lunáticos aullando al unísono.

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