martes, 31 de julio de 2018

Oda a la buena educación

Pero estamos tan bien educados,
tan bien.
Tuya es la tierra en mis manos
y la paz en mis ojos cansados,
como tuyas son
las huellas perennes.
¿Por qué me iba a importar
que me desgarres el alma?
Muérdeme donde sabes,
digiere el bocado
que al final sólo es carne;
sé que lo sientes tanto...
tanto, tanto,
que nada va a cambiar,
porque estoy tan bien educado,
eso también.
Así que tú llévate todo,
todo lo que no esté clavado a la piel,
¿por qué me iba a preocupar?
¿Acaso no es tuya la vida?,
que al final sólo es carne
y a nadie le va a importar
el daño colateral,
una mancha más en la calzada
o en la barra del bar.
Pero estamos tan bien educados...
que yo en mi diálogo interior
me debato en otras noticias,
otras tareas, otras dispersiones,
que el mundo está fatal,
¡y tú arranca el trozo!
y saquea, que la tierra es tuya;
no seré yo quien te diga
que a lo mejor alguno se duele
de tus nada premeditados,
absolutamente azarosos
y volátiles,
golpes de guadaña.

Pues se ha quedado buena tarde, tú.

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