sábado, 28 de julio de 2018

Regocijo

Te pienso en un color entre rojo y naranja,
como de melocotón.
Te pienso en colores y nunca te nombro,
cuando hablo con ajenos y extraños,
con ese nombre tan tuyo
que nunca me dijo de ti;
secreto, oculto, innombrable.
En ese juego nuestro como de placeta,
el escondite o la rayuela,
a pocas casillas del cielo, a ratos,
luego una mala patada
nos mandaba la tiza al patio de enfrente
y vuelta a empezar,
la tarde echada por alto.

Jamás aburridos de volver a intentarlo,
demasiado atraídos por la luz,
insectos pterigotas dándole vueltas a la bombilla,
eternos, curiosos, expectantes, pacientes,
explorando laberintos con antorcha
cuando el Minotauro no miraba,
dibujando sombras chinas
de felinos y primates,
espectáculo circense sólo nuestro,
en la más hermética de las intimidades.

Te pienso de nuevo: pequeña,
menuda, despreocupada,
lejos del espejo, resuelta,
caminando en una tarde de noviembre
junto al río pisando hojas ocres
o yendo en bicicleta por el Pont Neuf,
cargada de pensamientos y algún libro
recomendado tal vez por mí.

Te recuerdo a veces
mirándome con otros ojos
más verdes, primerizos,
sorprendiendo algún gesto,
alguna palabra que dejaba caer,
y entonces yo te miraba también
sorprendido, como si fuese la primera vez.
En esos momentos se levantaba nuestro mundo,
nuestra casa, nuestra villa, nuestro cortijo,
allí donde sólo habitábamos tú y yo,
y en una plaquita de cerámica,
en la entrada, se podía leer: "Regocijo".


Hace ya mucho que te la debía.
Esta es tuya.

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