Me abandono desde entonces,
cada noche,
con el velo de tu figura
rozando aún las yemas de mis dedos,
donde no tengo ojos ni voz,
y la garganta tensa, como en grito,
naufragando en esos sueños
que como las huellas en la orilla,
no permanecen tras los párpados
al retroceder la espuma.
Y si al despertar mis carnes abriera,
mancharía la alfombra, me temo,
de pena, y más pena.
Para el desayuno elijo con cuidado
de entre la cosecha de lo perdido,
tus miradas más tiernas,
y junto con algunas naranjas
en su estado justo de amargor
y café recién molido,
las consumo, absorto, con las manos.
No siempre exhibo esa falta de decoro,
y en ciertos almuerzos,
cuando tu risa está en el menú,
cuchillos que nacen debajito de la piel
y finos tenedores de plata
cristalizados en mis ojos
sirven de espléndida cubertería
en el minucioso banquete de mi destrozo.
Insaciable, voraz,
monstruoso, abotargado.
No soy más, en semejante trance,
que mero amasijo de entrañas,
cascarón autómata de funciones básicas,
títere que en mi nombre opera.
Alimentándome de recuerdos,
haciéndome uno cada vez
con aquellos bosquejos que evocaban playas,
la compañía, el delicado trato,
la sonrisa, el abrazo,
mi amor,
la vida.
La pura vida.
"[...] sabes mejor que yo
que hasta los huesos
sólo calan los besos
que no has dado"
P.D. "Veo su foto y me duele el pecho."