Pero estamos tan bien educados,
tan bien.
Tuya es la tierra en mis manos
y la paz en mis ojos cansados,
como tuyas son
las huellas perennes.
¿Por qué me iba a importar
que me desgarres el alma?
Muérdeme donde sabes,
digiere el bocado
que al final sólo es carne;
sé que lo sientes tanto...
tanto, tanto,
que nada va a cambiar,
porque estoy tan bien educado,
eso también.
Así que tú llévate todo,
todo lo que no esté clavado a la piel,
¿por qué me iba a preocupar?
¿Acaso no es tuya la vida?,
que al final sólo es carne
y a nadie le va a importar
el daño colateral,
una mancha más en la calzada
o en la barra del bar.
Pero estamos tan bien educados...
que yo en mi diálogo interior
me debato en otras noticias,
otras tareas, otras dispersiones,
que el mundo está fatal,
¡y tú arranca el trozo!
y saquea, que la tierra es tuya;
no seré yo quien te diga
que a lo mejor alguno se duele
de tus nada premeditados,
absolutamente azarosos
y volátiles,
golpes de guadaña.
martes, 31 de julio de 2018
Oda a la buena educación
Ecos tabernarios I
Como es menester, os dejo aquí una referencia de mis aportaciones al blog que llevo junto con mi querido Náufrago: La taberna del Perezoso.
Leed si gustáis.
Escritos hasta el 30/07/2018
sábado, 28 de julio de 2018
Regocijo
Te pienso en un color entre rojo y naranja,
como de melocotón.
Te pienso en colores y nunca te nombro,
cuando hablo con ajenos y extraños,
con ese nombre tan tuyo
que nunca me dijo de ti;
secreto, oculto, innombrable.
En ese juego nuestro como de placeta,
el escondite o la rayuela,
a pocas casillas del cielo, a ratos,
luego una mala patada
nos mandaba la tiza al patio de enfrente
y vuelta a empezar,
la tarde echada por alto.
Jamás aburridos de volver a intentarlo,
demasiado atraídos por la luz,
insectos pterigotas dándole vueltas a la bombilla,
eternos, curiosos, expectantes, pacientes,
explorando laberintos con antorcha
cuando el Minotauro no miraba,
dibujando sombras chinas
de felinos y primates,
espectáculo circense sólo nuestro,
en la más hermética de las intimidades.
Te pienso de nuevo: pequeña,
menuda, despreocupada,
lejos del espejo, resuelta,
caminando en una tarde de noviembre
junto al río pisando hojas ocres
o yendo en bicicleta por el Pont Neuf,
cargada de pensamientos y algún libro
recomendado tal vez por mí.
Te recuerdo a veces
mirándome con otros ojos
más verdes, primerizos,
sorprendiendo algún gesto,
alguna palabra que dejaba caer,
y entonces yo te miraba también
sorprendido, como si fuese la primera vez.
En esos momentos se levantaba nuestro mundo,
nuestra casa, nuestra villa, nuestro cortijo,
allí donde sólo habitábamos tú y yo,
y en una plaquita de cerámica,
en la entrada, se podía leer: "Regocijo".
Fragmentos prestados
— Bueno, dale, decime.
— Es una novela…
— Ajá.
— En una novela no hace falta escribir la verdad, ni siquiera algo creíble...
— Sí... ¡No!, no, ¿cómo?, ¿qué no es creíble?
— ¡Ah! Benjamín… la parte esa cuando, cuando el tipo se va a Jujuy.
— Sí, ¿qué problema hay…?
— El tipo llorando como si fuera un desgarro,
— Sí, ¿y qué?
— y ella corriendo por el andén como sintiendo que se iba el amor de su vida
— Bueno…
— y tocándose las manos a través del vidrio como si fueran una sola persona,
— Pues sí...
— y ella llorando, como si supiera que le esperaba un destino de mediocridad y desamor, casi cayéndose en las vías, como queriendo gritar un amor que nunca se había animado a confesar.
— Sí, sí. Fue así… ¿o no fue así?
— …y si fue así… ¿por qué no me llevaste con vos?
Callar y quemarse es el castigo más grande que nos podemos echar encima. ¿De qué me sirvió a mí el orgullo y el no mirarte y el dejarte despierta noches y noches? ¡De nada! ¡Sirvió para echarme fuego encima! Porque tú crees que el tiempo cura y que las paredes tapan, y no es verdad, no es verdad. ¡Cuando las cosas llegan a los centros, no hay quien las arranque!
Viento y arena
De viento y arena al cielo,
siempre un efímero toque de mar,
y salitre y rocío por velo,
lo intangible del aire,
ella etérea,
él inmaterial.
La arena no sabe enraizar
y el viento no entiende de amores,
de copas, de flores, de esfuerzos baldíos,
de abrazos, de espadas, de hogares,
de penas mayores que traspasan
corazones y voluntades.
El viento y la arena,
vuela la una, flota y levita, grácil al son
que marca y aúlla, el otro al tronar,
y viajando y flotando ella,
posándose apenas en dedos de manos
que se abren como flores al sol,
como ojos mirando hacia dentro,
más allá del ceño,
camino a la garganta,
ahogando un grito feroz,
apenas el tacto,
casi llevándose la pena,
levemente limpiando los peros,
los momentos inoportunos,
el aburrimiento supino,
casi.
Tú eras el viento, y eras la arena,
y yo la mano detrás del cristal,
¡no llores, pobre mío!
¿no ves la escultura de sal?
¿no ves que el viento es calmo y amable?
¡no aprietes, no ahogues!
que ella sólo existe en libertad.