jueves, 6 de agosto de 2015

Macarena y su muleta

Macarena nació con plenilunio, un veinticinco de julio de un año excepcionalmente caluroso. Sus padres ya no esperaban más hijos después de cuatro criaturas criadas con esfuerzo; además, la madre de Macarena había tenido un embarazo que acabó en aborto hacía dos años, cuando ya contaba con cuarenta y dos primaveras. Siendo así no era de extrañar la sorpresa cuando la buena mujer se encontró de nuevo en estado de buena esperanza.
La quisieron con locura en cuanto la miraron a los ojos, Macarena tenía un océano profundo que contenía toda la sabiduría de los pueblos en cada iris, y para cuando tuvo la capacidad de abrirlos para mirar a las cosas con atención, no había audiencia que se resistiera. Los vecinos decían de Macarena que había nacido con estrella, y era verdad.

Con dos años ya sabía más palabras que la mayoría de niños con cuatro y bailaba, Macarena sobre todo bailaba. Su padre adoraba la música, especialmente la clásica, y la pequeña Macarena acudía rauda al estudio donde él se sentaba a disfrutar de largas sesiones y se dejaba llevar por las escalas y las armonías.
A la tierna edad de cinco años, todos en el barrio ya sabían que la niña era de natural inquieto en palabras de su maestra, o un torbellino en acción constante si le preguntabas a su sufrida madre.
En aquellos días sus gráciles movimientos al seguir la música ya no pasaban desapercibidos, así que Macarena fue a una escuela de baile, y Macarena bailó, vaya si bailó.

Pasaban los años y la cada vez menos niña no hacía otra cosa que destacar en todo lo que tocaba; tenía las mejores calificaciones en la escuela y en el conservatorio ya dominaba el arpa y el piano además de ejecutar coreografías de danza clásica a un alto nivel en escenarios repletos de público. La dulce Maca tuvo la mejor niñez que pudo haber soñado.

A los dieciséis años Macarena se topó de bruces con la desgracia por primera vez cuando su padre y dos de sus hermanos murieron en un accidente de coche dejando la familia rota. Su madre se sumió en una profunda depresión y recurrió al alcohol. Ella se refugió en la danza y dejó su casa para unirse a una compañía que giraba por todo el país.

Cumplida la mayoría de edad ya era una de las mujeres más bellas de cada ciudad que visitaban, tenía los rasgos afilados en armoniosa delicadeza, una larga melena azabache y un cuerpo propio de quien lleva toda la vida ejercitándolo con rigurosa disciplina. Pero Macarena no era nada de eso, Macarena era el océano de sus ojos. Los hombres que la conocían se veían arrastrados a sus profundidades y aunque ella rara vez mostraba interés siempre se veía cortejada por más de un aspirante.
Macarena se divertía con ellos, les hacía saltar como monos de circo anillados y elegía para pasar la noche al que menos cabriolas le dedicase, en un cruel juego de seducción del que sólo ella conocía las reglas.

Al año siguiente, mientras se encontraba actuando en el país vecino cosechando grandes éxitos, a Macarena le llegó la noticia de la muerte de su madre. Las otras grandes pérdidas de su vida le habían parecido inevitables, azares de la vida, un segundo estás y al siguiente no. Pero perder a su madre le afectó de una manera irreparable, no podía dejar de culparse por haberla dejado sola, por haber huido.
Su hermano mayor llevaba tres años en prisión por tráfico de drogas y la única hermana que le quedaba había dado señales de vida por última vez hacía dos, cuando se disponía a viajar por África, sabía Dios dónde estaría para entonces.
Macarena se pasaba los días entre lágrimas y pensamientos que la consumían, la autodestrucción le pareció la mejor penitencia y así empezó la espiral.
Las horas que pasaba dejándose caer en los brazos de la noche pronto superaron a las que pasaba despierta durante el día, hasta que su bajo rendimiento en los escenarios le hizo perder el papel titular que ostentaba.

Con veintiún años Macarena cambió la compañía de danza por la compañía de un hombre adinerado que le pagaba los caprichos y sobretodo, el alcohol. Pero hacía tiempo que ella no era capaz de sentir nada, así que siguió frecuentando ambientes donde se jugaba con fuego a diario, y Macarena empezó a darle a su cuerpo alegría y droga buena. No hizo falta mucho tiempo para que se convirtiese en un despojo con el que los depredadores se divertían, las reglas del juego habían cambiado para la dulce Maca. Ahora se ofrecía haciendo ágiles acrobacias a cambio de un pellizco de química para el cerebro. Y de tanto jugar con ella, la vida se le rompió en las manos.
Una noche, la siguieron fuera del tugurio tres tipos que le habían echado el ojo días atrás, la arrastraron a un callejón y la violaron, uno tras otro. Cuando a la mañana siguiente el hombre adinerado se enteró de lo sucedido, le propinó una brutal paliza que la dejó al borde de la muerte.
Macarena pasó los dos meses siguientes en coma; al despertar supo dos cosas: que tenía daños en la columna por lo que había perdido la movilidad de la pierna derecha, y que estaba embarazada.
Cinco meses más pasó rehabilitándose físicamente y deshaciéndose de su adicción en el hospital, aunque ya no volvería a ser la misma. Cuando estuvo lista para partir, Macarena cogió su muleta y puso rumbo a su ciudad natal donde la esperaba su hermana para acogerla en su apartamento el tiempo que fuese necesario.

Con veintidós recién cumplidos, Macarena dio a luz a una criatura con sus mismos ojos, los malditos ojos con estrella. No podía soportar la visión de esos ojos ni del futuro que auguraban. Transcurridos diecisiete días, dejó a la niña en la cuna con su hermana, cogió la muleta y salió del apartamento.
Y así iban Macarena y su muleta, a las cinco de la madrugada por la calle empedrada. Todo estaba igual de bonito que como lo recordaba, si no más; el silencio reinaba en la escena, solamente se oía el pesado caminar de Macarena y su muleta, clac, tump, clac, tump. La muchacha le puso música de Stravinsky a todo lo que sucedía y recordó las sensaciones que le producía moverse libre al compás de una melodía.
Macarena llegó al puente y se sintió libre. Clac, tump. Este siempre había sido su lugar favorito cuando era niña. Corría una brisa muy agradable y la vista era espectacular. Macarena arrojó la muleta al río que bajaba repleto debido al deshielo y esbozó una sonrisa tranquila.

Recordó entonces una escena que tuvo lugar allí mismo, cuando ella tenía siete años y su padre interrumpió el paseo para girarse y pararlos a ambos en ese punto exacto del puente.


"¿Sabes, pelusa? Yo nunca te he hablado del amor, pero cuando llegue te sacudirá con fuerza." 
 "¿Cómo sabré reconocerlo?"
"¿Recuerdas esa sensación en el estómago cuando en el parque de atracciones te dejan caer desde muy alto? Son las mismas mariposas, pequeña."

Y como Macarena no había conocido el amor, con este recuerdo aún abrazándola puso una banda sonora de Chopin en su cabeza. Y Macarena saltó del puente.



*
*
FIN






Esta es una historia de luces intermitentes. 
Y de estrellas fugaces.

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