sábado, 22 de agosto de 2015

Cuadernos de lunas y soles




Fútiles fueron las palabras, sus ojos fijos en el horizonte me hablaron de sombras, rincones donde la tierra era negra o gris, y que de existir alguna otra cosa tampoco conocería color.

A veces se le antojaba viajar en el bauprés de esa corbeta ausente y tomaba al abordaje todos los soles del mar. La afilada belleza de la luna izaba su bandera y entonces la escarcha invadía mis mundos.

No sabía mi piel de la quemadura del frío, ni de hechicerías nacidas de la tundra. Aunque yo siempre le intuí algo de chamán, y, ya puestos, de bruja.

Sentada frente a las olas la dejé, absorta en su mundo de copos de nieve, pensamientos fractales incógnitos para el ingenuo observador que desde fuera tratara de imbuirse de ella, como un niño que armado con una ramita de sicomoro, a base de tímidos tientos quisiera conocer las maravillas de la cámara mortuoria de Kefrén.

¡Buena suerte! 
La sola idea me hacía morirme de risa.





Habrá que esperar a que escriba sus memorias.

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