En octubre es lo que pasa,
se trata de hacerlo llevadero,
al final:
devorar veleros noctámbulos
con los párpados en llamas
y recoger las azucenas que crecieron
allí donde me respirabas,
es decir,
en el pecho;
luego llega noviembre
y el ocre en la tierra,
y yo atrapado en ámbar,
ni escribo, ni grito,
ni pataleo;
mudo y con los ojos tristes,
transido de ausencia,
todo el día.
Pegándome el alma a trozos,
barruntando, convencido,
que de esta me libraba.
Deshaciendo trenzas de ocho tientos.
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