jueves, 30 de julio de 2015

Chinchonería

Y es que me encanta, ¿sabes?, que arrugues la nariz y me llames, no sé, idiota, con una sonrisa a medias. A lo mejor hasta me das un golpecito con el puño que a mí me resulta adorable y me río, y tú piensas que estoy ofendiendo tu nada despreciable fuerza, y me das otro. Pero esta vez más fuerte. Y me dices que no me ría mientras das pequeños saltos para alcanzarme. Comprenderás que la escena me resulte irresistible. Estoy condenado. Me río con más ganas entonces, qué le voy a hacer. Por fin no puedes contenerte y te unes a mí. Aprovechas los últimos coletazos de la risa para decirme que soy un capullo. Y por esta vez probablemente lo merezca. Aún así me besas. Me encanta.
Me encanta que me entiendas, que me veas. Adoro que no sientas que tu dignidad está en peligro por mucho que te chinche. Me fascina esa seguridad. Me mueve.
Porque me pongo insufrible. Porque no hay momento que se salve del dudoso arte de la chinchonería.
Y aún así tú me besas. Mira que eres canalla.



Bendita paciencia.


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