miércoles, 18 de marzo de 2009

Primavera







Mis piernas cansadas dejarán de arrastrarse. Encontraré un lecho donde yacer pausadamente y caeré en un profundo sueño espoleado por el peso del pasado. Despiértame un mes de abril, con gotas de rocío desplomándose por verdes contornos, borrachos de clorofila. A la sombra de un árbol frutal. Despiértame y no me preguntes por la tristeza, se durmió a mi lado y soñamos un tratado de paz. No me molestes antes, no quiero saber de guerras, no quiero saber de sangre, ni de lágrimas, ni quiero tu condescendencia; déjame hibernar el conflicto y salir a hurtadillas de él.
Que al despertar vea la sonrisa del reencuentro, hacerme partícipe de la felicidad de los amantes que ansían aprenderse de memoria los pliegues de su piel con urgencia. Cuando una mirada tímida y un leve atisbo de sonrisa pintado en la boca de una mujer cualquiera, a la que nunca conocí, convierta un gesto cotidiano en un momento íntimo. No antes.
Caeré en un profundo sueño y todo será nada, pasará como llegó. Para entonces las flores estarán germinando. Si nos cae encima algún chaparrón -primaveral- con suerte la luz solar arrancará siete colores de cada lágrima de nube y me proyectará un puente por el que me pasearé alegre, tarareando quizá cierta canción. Y caerme, y rodar por un manto de flores. Y estornudar. Las pequeñas cosas.
Saberme libre de cadenas con mi impronta, al fin y al cabo.
Mientras espero estaré en un lugar remoto, fuera del alcance de este mundo, sacándome espinas clavadas a fuego en el alma. Confiando en que serás tu quien me traiga de vuelta, y que el brillo de tus ojos me de la bienvenida al Nuevo Mundo.


Dándole un nuevo giro a la historia...

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