viernes, 26 de agosto de 2016

Euforia, ironía


Primero fue por la sangre golpeando las paredes de su claustro, el repicar de campanas en la plaza del pecho. La presión del ritmo en los tímpanos. Fue el reconocimiento, la identificación. Las cuatro y treinta y tres de la madrugada.

Luego vino la burbuja e instaló su distorsión espacio-temporal: el niño extasiado por el descubrimiento y la sosegada paz del anciano que no conocerá soledad.
Vivir todos los lustros que caben en seis horas.

Las cigarras del estío, los espejismos del asfalto caliente y el agua con cloración salina.

Y entonces, tras apertura y entreactos, el cierre...

***
—¿En qué piensas? ¿Por qué me miras así? —preguntó ella al tiempo que inclinaba la cabeza con gesto curioso y divertido.
—Estoy guardando este momento aquí —dijo él, dándose un par de toques en la sien.

Imágenes de una noche de verano en la ciudad se sucedieron durante un par de horas más.
De vuelta a nuestro relato, los Protagonistas se disponían a despedirse hasta otro día.

—Fotografías mentales, ¿no? —dijo sonriendo ella, acercándose a él.
—Justo eso —replicó él con la mirada fija en sus ojos—, fotografías mentales...
—Ya veo —concedió—, en ese caso no hay más remedio que completar esta —dijo un momento antes de besarlo una vez más.
Cuando a él le faltaban noventa pulsaciones para enamorarse, ella dio un paso atrás, aún sonriendo, y se alejó por las calles con paso tranquilo.

Y así se reveló la última fotografía, pues nunca volvieron a verse.
***


La tragicomedia de la vida.
Tintes de novela.

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